Espejismos
de libertad
Rosario
Raro,
Desarmadas
e invencibles.
Madrid,
Talentura, 2012.
Rosario
Raro es autora de los poemarios Surmenage
(2002) y Finlandia
(2004)
y ha publicado en 2012 los libros de narrativa Ex
(Amazon), La
llave de Medusa (Hipálage)
y Desarmadas
en invencibles
(Talentura).
En
el prólogo de Desarmadas
e invencibles,
Juan Pedro Aparicio afirma que los libros son “máquinas del
tiempo” y, en consecuencia, se puede conjeturar que los relatos
–todos los relatos- son “píldoras de tiempo”. No anda
equivocado este escritor, pues sabe que las palabras sirven
precisamente para capturar la vida y encapsularla en pequeñas
historias que, consumidas por el lector, se hacen grandes y crecen
hasta los límites de la imaginación. Y a este proceso es al que
asistimos al leer los relatos de Rosario Raro, sobre todo en los dos
últimos libros, pero también hay que tener en cuenta cómo a
principios de año saludamos su novela Ex,
donde se asiste a la posibilidad de sumergirse en un videojuego y de
dar vida a un envoltorio de píxeles.
Desarmadas e
invencibles,
título fruto de una encuesta cuyo seguimiento se ofrece al final en
una jugosa nota de la autora, está compuesto por diecisiete relatos:
unos breves, más en conexión con su anterior libro La
llave de Medusa;
y otros no tanto, en los que Rosario Raro se demora en la palabra y
le da más campo a la acción.
“Cubismo”,
encierra el verdadero sentido del arte, que no es otro que la
necesidad de destruir la realidad para reinventarla en el cuadro
–pues el relato se centra en la pintura- o en la página (si lo
hubiera protagonizado un escritor). Ni siquiera siguiendo los
patrones pictóricos –o los literarios- se frena el artista ante la
posibilidad de crear; claro que para lanzarse a la vorágine de lo
nuevo, como si se tratara de alimentar el sueño del fénix, antes
hay que destruirlo. O como afirma Rosario Raro en su novela Ex,
hay “separar para reciclar”.
“Sopa de letras”
es el aprendizaje sentimental de un héroe caído que se agarra a la
visión de una joven, que no es otra que “la chica del ayer” de
la canción de Nacha Pop. Un aprendizaje que, como reza la canción,
llega cuando ya es “demasiado tarde para comprender”, cuando este
homenaje al desaparecido Antonio Vega cancela el porvenir.
“El deseo de ser
pulpo” describe, como quien mira al espejo, la explosión de tareas
a las que ha de enfrentarse una heroína para sobrevivir a lo
cotidiano. Se trata de pasar pantallas o se trata de tomar conciencia
de cómo las obligaciones diarias de la vida nos devoran. Faltan
brazos, a veces, para cubrir todas las necesidades de nuestras
“circunstancias”, que diría Ortega y Gasset. La modernidad ha
ofrecido a la mujer libertades pero no la ha descargado de ciertas
tareas, por lo que quizá su liberación haya sido un mero engaño.
“Turismo” es uno
de los relatos más tristes que he leído nunca. Yo creía que con
haber superado algunos cuentos de Horacio Quiroga como “La gallina
degollada” o “El almohadón de plumas” estaba vacunado contra
todo, pero asistir al discurso de cómo la ignorancia y la pobreza
ciegan la verdad en este relato ha superado todas mis expectativas.
Prevengo a los lectores porque encontraran una historia bellamente
contada –sobre todo por la conseguida oralidad- pero también les
va a estallar en la cara una metralla adiposa ¾como
la panza de un sapo que diría Clarín¾
en la que, a pesar de la lástima que inspira la madre, la historia
no se deja leer con facilidad. El nudo en la garganta está
asegurados de por días. Más adelante, en “Ablar” de nuevo el
contraste entre la inocencia y la tragedia derivará en el naufrafio
del abuso. Y también en “Dorian en el limbo” que viene a recalar
en algo tan deleznable como el comercio de niños.
En “Entre África
y el depósito” Rosario Raro plantea aun dilema estético; quiero
decir de cirugía estética, y una solución que no contempla la
paciente desde el principio. Pero lo que se pone sobre el tapete es
la tiranía de las modas que provocan que más de una persona se
juegue la vida en un quirófano. Este relato está conectado con el
que cierra el libro, “Golem”, que recupera el poema “El golem”
de Jorge Luis Borges y el libro “El Golem” de Gustav Meyrink,
pero traslada la historia de adscripción hebrea a una actualidad aún
por llegar; el mito del golem también es el del proceso de la
escritura, sólo que con esta sí se pretende llegar a algo nuevo y
no cabe duda de que Rosario Raro lo consigue.
En “La redes”
asistimos a una historia tejida ente la virtualidad y el sueño que
completan la existencia que llamamos real. Algunos, como afirma
Fellini, piensan que lo más importante de la vida es lo que no ha
sucedido.
“Sunmaiden” es
una “soltera solar” que es puro eros y tánatos al mismo tiempo y
en ello va a residir el destino de quienes se le acerquen encaminados
por algo tan aparentemente inocuo como un karaoke. Sunmaiden es una
sirena que sabe ganarse el jornal, que nada entre la liberación del
karaoke y la frialdad del tanatorio, es Juno, tan bella, tan letal.
“Candela y
estrella”, “Efigie” –ejercicio de descripción y ensueño-,
“La infancia de las avispas”, “Salto generacional”, “La
ninfa instante” –evocación que se diluye en la esencia de quien
fue testigo-, “Habichuelas” –parábola sobre los ahorros tan
virtuales últimamente- y “El cotilleo” -sobre la importancia de
saber escribir un buen currículo- son relatos como fogonazos que
completan el elenco dosificado de encuentros y desencuentros entre la
realidad y la ficción.
Por último no hay
que perderse la frescura de las metáforas de Rosario Raro, algunas
greguerías, como escribir que “El correo electrónico es como un
estor japonés, baja incesantemente a medida que se llena el buzón”,
el parafraseo de letras, como en “Sopa de letras”, la fina
ironía, etc. En fin, como sugiere Olivia Ardey en el epílogo que
constituye un nuevo elogio de la brevedad, en la contención reside
la sabiduría; y en este arte Rosario Raro se maneja con destreza y
maestría.